Articulo de opinion

Reflexiones de un cristianismo, el de ayer, hoy y siempre
Por Robert Alvarado
 
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.” Mateo 22:37

En momento que nos llega la semana santa en abril, no en marzo, como suele ser costumbre en esta Tierra de gracia, me pongo a reflexionar, activando mi parte espiritual antes los ojos del Supremo. Lo hago, especialmente en estas fechas, reconociendo quien es el que tiene el control de nuestras vidas y esperanzas, convicción que me hace decir, con voz impregnada de sabiduría: “el tiempo de Dios es perfecto”. También con la certeza de que nos mandó a un hombre, su unigénito, que no solo cambió al mundo, sino que dividió la historia en dos, en un antes y un después de nuestra era. Su identificación, alto conocida, y su sacrificio en la cruz es el que le da sentido y alcance a los días que, como decían nuestras abuelas, comienzan con el Viernes del Concilio, que antecede al Domingo de Ramos, como antesala reflexiva de la Semana Santa. Es propicio hacer estas salvedades, porque por más que la tendencia sea a evadir las prácticas religiosas, por estos días el fervor y la piedad se hacen sentir.

 

Para los cristianos, el Hijo de Dios encarnado y concebido por María, la mujer de José, un carpintero de Nazaret, lleva por nombre Jesús, que se deriva de la palabra hebrea Joshua, que completa es Yehoshuah, que en español quiere decir “Yahvé es salvación”; y el título de “Cristo”, viene de la palabra griega christos, a su vez es una traducción del hebreo mashiaj, que en español significa “el ungido” o Mesías, un término más cercano a nosotros. Los primeros cristianos emplearon el término o título Cristo, por considerar a Jesús el libertador prometido de Israel, de allí que causará preocupación y recelo en el estatus quo de la época por aquellos lares; más adelante, la Iglesia lo incorporó a su nombre, dando lugar a Jesucristo, para designarle como redentor de toda la humanidad. Bajo la promesa del profeta Isaías donde dijo en Isaías 7; 14. “Por tanto, el señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamara su nombre Emmanuel; traducido que es Dios con nosotros”.

 

La infancia de Jesús, recogida particularmente en los evangelios de san Mateo y san Lucas, con datos sobre su nacimiento e infancia, incluyen su genealogía, que se remonta hasta Abraham y David (Mt. 1,1-17; Lc. 3,23-38). La descripción de esa genealogía se hizo para probar el mesianismo de Jesús, que como sabemos, según Mateo (1,18-25) y Lucas (1,1-2,20), fue concebido en una mujer, que, “aunque desposada con José, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt. 1, 18). A partir de esa concepción se encuentran las vertientes celestial y terrenal de la historia de la salvación, con un momento culmen, el cual rememoramos en Semana Santa, con las más diversas manifestaciones, tanto religiosas como culturales, a la prueba me remito, los Nazarenos de Achaguas, en Apure, y de San Pablo, en Caracas, y así se pudiesen enumerar muchas tradiciones con las que la sociedad reconoce no solo la connotación liberadora del sacrificio de Jesús en la cruz, sino también su dimensión sanadora, particularmente en una sociedad plagada de muchos males.

 

Ese sacrificio, tiene un contexto con algunas omisiones sobre la vida de Jesús, particularmente desde que tuvo 12 años hasta que empezó su ministerio público y, para los efectos de este artículo, ese ministerio público es el que reviste interés. Este hombre que dio la vida por nosotros, comenzó a predicar a los treinta años de edad. Según los Evangelios sinópticos, los tres primeros, llamados así porque, en general, presentan una visión similar de la vida de Cristo, relatan que el ministerio público de Jesús comienza tras el encarcelamiento de Juan Bautista y se prolonga casi un año. El Evangelio según san Juan describe su labor, que comienza con la elección de sus primeros discípulos (1, 40-51) y se prolonga quizá unos tres años. Los tres describen el bautismo de Jesús en el río Jordán por Juan Bautista y su retiro durante 40 días de ayuno y meditación al borde del desierto, que algunos exegetas consideran como un tiempo de preparación ritual, donde el demonio o Satán, el diablo, para más señas, lo tentó sin éxito. Mateo (4,3-9) y Lucas (4,3-12) añaden la descripción de las tentaciones. Después de ese bautismo y de retirarse al desierto, Jesús volvió a Galilea y visitó su hogar en Nazaret (Lc. 4,16-30). Se trasladó a Cafarnaúm y comenzó a predicar. Según los sinópticos, fue entonces cuando nombró a sus primeros discípulos, “Simón, que se llama Pedro, y su hermano Andrés”, “Santiago el de Zebedeo y Juan, su hermano”, más adelante, cuando el número de sus seguidores creció, escogió a doce discípulos para que le ayudaran. En compañía de sus discípulos, Jesús estableció su base en Cafarnaúm y viajó a los pueblos y aldeas cercanas para proclamar la llegada del Reino de Dios, como hicieron muchos profetas hebreos antes que él. Cuando los enfermos de cuerpo o espíritu se acercaron a él en busca de ayuda, los curó con la fuerza de la fe.

 

Insistió en el amor infinito de Dios por los más débiles y desvalidos, y prometió el perdón y la vida eterna en el cielo a los pecadores siempre que su arrepentimiento fuera sincero. La esencia de estas enseñanzas se encuentra en el sermón de la montaña (Mt. 5,1-7), que contiene las bienaventuranzas y la oración del Padrenuestro. El énfasis de Jesús en la sinceridad moral más que en la observancia estricta del ritual judío provocó la enemistad de los fariseos, que temían que sus enseñanzas pudieran incitar a los judíos a rechazar la autoridad de la Ley, o Torá. Otros judíos se mostraron recelosos ante las actividades de Jesús y sus seguidores porque podrían predisponer a las autoridades romanas contra una eventual restauración de la monarquía.

 

Cerca de la Pascua, Jesús viajó a Jerusalén por última vez (Juan menciona numerosos viajes a Jerusalén y más de una Pascua, mientras que los sinópticos dividen el ministerio público en las provincias de Galilea y Judea, y mencionan sólo una Pascua después de que Jesús abandonara Galilea para ir a Judea y Jerusalén) y el domingo de víspera entró triunfante en la ciudad donde le recibió una gran muchedumbre que le aclamó. El jueves, Jesús celebró la cena de Pascua con sus discípulos y les habló de su inminente traición y muerte como sacrificio por los pecados de la humanidad. Durante la cena bendijo el pan ácimo y el vino, llamó al pan su cuerpo y al vino su “sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt. 26,27), y pidió que lo repartieran entre todos. Desde entonces, los cristianos recuerdan este ritual, la eucaristía, en oficios de culto que constituyen el principal sacramento de la Iglesia.

 

En esa misma noche fue capturado por los romanos y fue llevado hacia Pilatos donde (Mt. 27,24) ordenó su ejecución. El papel de Pilatos ha sido muy debatido por los historiadores. La Iglesia antigua tendió a culpar más a los judíos y a juzgar con menos severidad al gobernador romano. Lo cierto es que fue crucificado y sepultado y al tercer día resucitó entre los muertos… Desde entonces, la vida y enseñanzas de Jesús han sido objeto de disputa, de controversia, de interpretaciones diferentes en la historia del cristianismo. En las primeras épocas de la Iglesia, por ejemplo, fue necesario regularizar las creencias sobre Jesucristo y su papel, para facilitar la conversión y responder a los cristianos que adoptaron opiniones inaceptables para los dirigentes de la Iglesia cristiana.

 

Definir la naturaleza de Jesús se convirtió en el objeto de una disciplina llamada cristología. No hay comparación con este hombre, cuyo ministerio duró tan solo tres años y que ahora vive en nosotros. Ese hombre que nos da la fortaleza de seguir adelante contra todos los obstáculos que vive el mundo, en especial a los venezolanos, que nos encontramos como en la boca del huracán, perseguidos como un apartheid y rechazados por aquellos países que se beneficiaron de su petróleo, pero solo les digo que busquen el consuelo de Jesús, el hombre de los cambios en el mundo y sigue cambiándolo, por una esperanza y mejor porvenir. Son las reflexiones de un cristianismo, el de ayer, hoy y siempre… con profunda fe de que vive en nosotros Jesús de Nazaret…

 

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Venezuela!



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